Quizás sea falta de tiempo o de práctica. Puede que mi cerebro se haya atrofiado y que, cansado de escribir, tome por descanso el arte de no hacer nada. Después de los esfuerzos por pensar constantemente, parece haberse acabado las ganas de pensar en loque se desea después de todo. Me encuentro en un estado en el que lo raro es tener tiempo para pensar en nada. Hace un tiempo esto me hubiera dado rabia y tristeza a partes iguales, pero ahora no hay emoción alguna en mis palabras, tampoco hay fuerzas, ni sueños. Quiero seguir adelante en el camino, pero hay que estar tan pendiente en prepararlo que se considera pecado plantear un camino alternativo o simplemente pensar en lo que nos depara el propio. Y ahora, inmersa en mi limbo de emociones, solo puedo hacer una especie de lotería y esperar tener algún momento de felicidad y emoción, de esos que duran poco y no dejan ni sus cenizas. En vez de eso, me convierto en un saco lleno de cosas que ni yo conozco desbordándose en lágrimas llenas de algo que no sabría identificar, solo son una alerta para avisar que algo en el interior de mi mente, o de mi alma (según los más místicos), está averiado, roto o estropeado. Hay quien predica que el mayor don que podemos poseer es la virtud de conocernos a nosotros mismos y para ello no es necesario dinero, pero si algo más valioso: las pequeñas fracciones de diamante incrustadas en cada minuto que pasa sin más, sin la posibilidad de hacer algo al respecto. En los tiempos en los que estamos parece ilegal quejarse, nos hacen creer que el tiempo para pensar independientemente no merece la pena, no da resultados; cuando lo realmente cierto es que necesitamos mirar por nosotros mismos y juzgar según el criterio conveniente. Necesitamos muy poco tiempo para darnos cuenta de que algo va mal, pero mucho para poder remediarlo. Y si de algo puedo estar segura es de que todos necesitamos un motor que nos ayude a soportar lo que hay fuera, una fuerza que nos ayude y nos haga poderosos, una motivación que nada ni nadie nos pueda quitar, pues sería arrancar nuestro ser. Sin ese motor solo seríamos máquinas vacías y frías, marionetas cogidas por los mismos hilos que sólo los colores las diferencian. Nos convertimos en un números más, sin importancia para nadie, tampoco para nosotros; y no hay nada más triste que no ser especial ni para uno mismo. Por ello yo me compadezco de aquellos que intentan seguir el camino que otros han hecho, por esos que tienen miedo a destacar e imitan al pionero sin analizar de modo crítico si es o no lo que quieren para ellos mismos. Puede que me conforme con ser mediocre antes que brillar entre los demás, pero creo que ese puesto se lo merece alguien con una meta que alcanzar por encima de todo, alguien con un motor tan potente que nunca se canse de funcionar, aún en los momentos más duros, cuya energía llene al completo las aspiraciones del sujeto, un sujeto digno de admirar y al que envidio de modo puramente sano. Por esta razón, reclamaré ese brillo incandescente y distinguido cuando deje atrás la jaula opaca de mi anhelo, haciéndole despertar así de su profundo y extenso descanso que le lleva durando tanto tiempo que me hace preguntarme y dudar si algún día existió. Desgraciadamente, todavía soy solo una coraza vacía de emociones que sigue el camino impuesto sin posibilidad de aspirar a algo más y salirse de la línea señalizada, pues sin una meta es fácil perderse sin retorno en la inerte ignorancia que lamentablemente abunda en nuestros días.
Sin conclusión, esperando que esto no sea un estado permanente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario