viernes, 19 de agosto de 2011

Llama ardiente

La mecha encerada de una vela se mantiene rígida y expectante. A la espera de una cerilla que pueda arrastrarse por una superficie que le haga arder y saltar chispas. Y así enciende la vela fundiendo su cera. La llama que arde y descontroladamente se mueve con su marcado vaivén de subidas y bajadas.

Llama tan pura y perfecta que hace pensar que sus movimientos estén premeditados y que su luz nos iluminará siempre. A la vez tan frágil, sabiendo que un ligero respiro podría hacer que se apague dejando una mecha oscura vacía de vida.

Y mientras observamos este espectáculo del fuego no caemos en la cuenta de que ya ha consumido mucha cera, ésta es simplemente un líquido que hace parecer una pequeña isla a la mecha. Y así es como lentamente va haciendo desaparecer la cera, quemándola y consumiéndola como el papel.

Si le damos tiempo suficiente a la vela, pronto será un triste portador de mecha sin nada que quemar ya, pues todo lo ha quemado.

Soy de esas personas que opinan que le puedes sacar el lado metafórico a todo, hasta al más insignificante de los hechos. Y mi intención era venir aquí a desvariar sobre las velas. Ese era mi objetivo inicial. Pero conforme he ido escribiendo sobre el tema he caído en las redes de una de las mayores metáforas de la vida.

La vida, como se puede comprender, es como una vela que derrocha pasión y fogosidad, pero a la vez es frágil y se puede apagar con un soplo de aire. Estamos tan cegados, ardiendo y quemando todo lo que hay a nuestro alrededor que no caemos en la cuenta de que nuestra cera se apaga.

"Todavía queda mucho"- pensamos- "no hay por qué preocuparse aún".

Y es probable que cuando tu llama se esté apagando, y veas que ya no te queda cera que quemar, quieras que esos días, en los que tu llama ardía como la que más, vuelvan.

Aprovecha tu llama, la mecha no dura para siempre y la cera se funde.


Si juntamos nuestras llamas no tendremos más mecha que quemar, pero sí un fuego más intenso.

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