Tenemos un estilo de vida. Nos despertamos a una hora más o menos exacta. Hacemos nuestra rutina como cada día. La misma gente, el mismo paisaje, las mismas calles y fachadas.
Sigues con tu vida, como algo normal. Hasta que un día decides mirar en tu interior y preguntarte: ¿Es tu forma de ser la que dirige tu rutina? ¿o es la rutina quien marca las pautas de tu personalidad?
A veces necesitamos cambiar de aires e ir a un sitio completamente desconocido para recordar quienes somos. Si saberlo nos convertimos en esclavos del reloj y marionetas del calendario. Somos un número al que llamar cuando quieras, somos un nombre en una red social...
Parece que vivamos en un gran hotel donde las llaves de nuestras vidas estén en recepción y no podamos cogerlas en el momento que queramos. Como si estuviésemos controlados cada vez que salimos en la rutina que nos hace creer que todo tiene un eje y una forma perfecta.
Como aquél iluso que cree saber lo que va a pasar mañana sólo porque está en sus planes. Vivimos una falsa realidad en la que todo parece estar medido y dispuesto para nosotros. Tenemos una agenda que se convierte en nuestra biblia personal sin tener en cuenta que es la casualidad la que decide sobre el universo.
Nuestra paciencia y nuestro entendimiento están en lo alto de una torre de naipes que mantiene una foca con su morro que a su vez hace equilibrio en una pelota situada en la trompa de un elefante que patina sobre un hielo que se derrite a cada segundo.
Y seguimos mirando en el calendario, como si de una droga se tratase. En el momento en el que se mueve algo fuera del límite impuesto por nosotros mismos, aparece un caos que vuelca nuestro corazón y congela nuestra mente.
No estamos preparados para lo impredecible. Vivimos en nuestra habitación de hotel y no sabríamos que hacer si nos diesen la llave al salir. La razón por la que existe la rutina es porque la usamos como linterna, como chaleco salvavidas, algo para agarrarse, algo que nos mantiene cuerdos en este mundo de continuo cambio.
Si fuésemos capaces de coger la llave y salir corriendo, si fuésemos capaces de reconocernos sin necesidad de un espejo, capaces de definirnos sin pedir opinión, capaces de mantener nuestra cabeza en un estado permanente aún cuando todo a tu alrededor ha cambiado... entonces ahí, ahí sabríamos que es nuestra personalidad la que dirige nuestra rutina, pues puede prescindir de ella.
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Porque el hielo se rompe con más frecuencia de lo que pensamos.