domingo, 26 de agosto de 2012

Unknown

  Correr, correr y correr hasta que te sangren los pies, hasta que no conozcas nada ni a nadie. Hasta que toda tu realidad  se reduzca a pedazos.

  Tenemos un estilo de vida. Nos despertamos a una hora más o menos exacta. Hacemos nuestra rutina como cada día. La misma gente, el mismo paisaje, las mismas calles y fachadas.

  Sigues con tu vida, como algo normal. Hasta que un día decides mirar en tu interior y preguntarte: ¿Es tu forma de ser la que dirige tu rutina? ¿o es la rutina quien marca las pautas de tu personalidad?

  A veces necesitamos cambiar de aires e ir a un sitio completamente  desconocido para recordar quienes somos. Si saberlo nos convertimos en esclavos del reloj y marionetas del calendario. Somos un número al que llamar cuando quieras, somos un nombre en una red social...

  Parece que vivamos en un gran hotel donde las llaves de nuestras vidas estén en recepción y no podamos cogerlas en el momento que queramos. Como si estuviésemos controlados cada vez que salimos en la rutina que nos hace creer que todo tiene un eje y una forma perfecta.

  Como aquél iluso que cree saber lo que va a pasar mañana sólo porque está en sus planes. Vivimos una falsa realidad en la que todo parece estar medido y dispuesto para nosotros. Tenemos una agenda que se convierte en nuestra biblia personal sin tener en cuenta que es la casualidad la que decide sobre el universo.

  Nuestra paciencia y nuestro entendimiento están en lo alto de una torre de naipes que mantiene una foca con su morro que a su vez hace equilibrio en una pelota situada en la trompa de un elefante que patina sobre un hielo que se derrite a cada segundo.

  Y seguimos mirando en el calendario, como si de una droga se tratase. En el momento en el que se mueve algo fuera del límite impuesto por nosotros mismos, aparece un caos que vuelca nuestro corazón y congela nuestra mente.

  No estamos preparados para lo impredecible. Vivimos en nuestra habitación de hotel y no sabríamos que hacer si nos diesen la llave al salir. La razón por la que existe la rutina es porque la usamos como linterna, como chaleco salvavidas, algo para agarrarse, algo que nos mantiene cuerdos en este mundo de continuo cambio.

  Si fuésemos capaces de coger la llave y salir corriendo, si fuésemos capaces de reconocernos sin necesidad de un espejo, capaces de definirnos sin pedir opinión, capaces de mantener nuestra cabeza en un estado permanente aún cuando todo a tu alrededor ha cambiado... entonces ahí, ahí sabríamos que es nuestra personalidad la que dirige nuestra rutina, pues puede prescindir de ella.


                               

Porque el hielo se rompe con más frecuencia de lo que pensamos.


martes, 14 de agosto de 2012

Valores y precios

Mucho que se habla de economía y demás chanchullos últimamente, pero pocas han sido las veces que el título de uno de mis posts ha hablado de eso mismo literalmente.

Además, quiero disculparme por mi retraso. Simplemente, no tenía palabras con las que rellenar una publicación.

El dinero, motor del mundo, que lo lleva todo, con lo que puedes conseguir todo lo material...
Es lo más utilizado en el mundo entero. El dinero es un equivalente a no tener que esforzarse por hacer algo en concreto. Sólo que para conseguirlo tienes que esforzarte, pero en otra cosa, así que no es más que una materialización del esfuerzo, una materialización del tiempo empleado y del trabajo que hemos hecho, para intercambiarlo por más trabajo con aquellos que, por trabajar en lo que prefieren trabajar, tienen mucho de algo que nosotros queremos, a cambio de poder tener lo que no podemos conseguir trabajando, pero en lo que hemos invertido el tiempo necesario.

Pero hay cosas en las que puedes invertir tiempo, y no te dará dinero alguno.
Cosas que, por no darte dinero, no te darán ni una sola cosa que no sea expresamente esa cosa.

¿Merece la pena hacer algo que no es tu labor principal, y que no puedes utilizar para conseguir otra cosa para lo que sí que tienes que hacer ese trabajo que, aún siendo lo que haces en la vida, muchas veces ni te gusta?
Pues mira, casi que a mí sí me sale rentable.

Poniendo un sistema de valor, no un sistema monetario, hay cosas que no valen ni una miseria, y otras que valen más de trescientos mil.
Los recuerdos tienen un valor que no puede compararse con el de cualquier otra cosa que con el dinero se puedan pagar.

¿O quizás no? Hay malas épocas, malas etapas, y hay gente que hasta pagaría por deshacerse de esos recuerdos.
Pero es lo que hemos trabajado, lo que hemos ganado, y lo que nos toca.

¿Y qué más da si hay cosas que valen poco? Hay momentos que valen infinitamente más.

"Los recuerdos que me has dado valen Ciento diez millones~" dice alguna canción de por allí.
Hay momentos que pagarías todo lo que tuvieses para que fuesen eternos. Yo, por lo menos, no me arrepentiría.
No me arrepentiría en absoluto de dar mi dinero, fruto de mi trabajo para conseguir más cosas, para alargar hasta el infinito momentos únicos, o rememorar una y otra vez experiencias que no pueden compararse.

Escuchar tu canción favorita una y otra vez sentado en un sillón, dejando que las notas entren en lo más profundo de tu cuerpo.
Sentirte a gusto contigo mismo y con lo que eres, y regodearte de estar feliz. El valor de estar feliz con uno mismo es algo sumamente superior a cualquier trabajo.

Hay cosas que tienen mucho valor, y hay cosas que valen muy pocos.
Pero aquellas cosas que no pueden volver a comprarse con el mundano dinero son cosas que nunca jamás de los jamases podrían ser reemplazadas.

Así que, ¿qué puedo decir?
A mí me sale rentable gastar mi trabajo en aquello que puedo conseguir únicamente así y que me merece la pena. Que cada uno tenga más bien claras las cosas que tienen un precio que merece la pena pagar en esfuerzo, no en dinero.
Que cada uno aprecie mejor el valor de las cosas que no tienen valor monetario.

viernes, 3 de agosto de 2012

Eterno acompañante

  Equivocado está el que se cree invencible por carecer de miedo. Sin miedo alguno atacas con ojos ciegos y no tienes defensa alguna. Cuando no tienes nada que perder no te molestas en defenderte, apenas si descuidas en protegerte. Pelas a tientas y sin fuerza alguna.

  En este mundo hay una serie de cosas que debes temer, que debes respetar. Sólo conociendo tu miedo y conociéndolo puedes seguir adelante. Parece fácil decir que olvides tus miedos. Yo no me refiero a ese miedo de mancharte el vestido o ese miedo a que tu pareja te deje.

  Me estoy refiriendo a esos miedos que nacen desde dentro, los que te acompañan, los que forman parte de ti. Aquellos miedos que no tienen su base en ninguna forma física, que no dependen de nadie sino de ti mismo. Se instauran en tu mente y a ratos se acobijan en tu pecho. Deciden que debes respirar más rápido y comenzar a sudar.

  Todos tenemos miedos, no es ningún defecto, no es ninguna cualidad. Puede ser usado en tu contra o puede ser tu mejor escudo. Negarse el miedo es como negarse el hambre, negarse el sueño; no se puede.

  No me enorgullezco de mis miedos, pero no voy a negar nunca su existencia. Reprimirlos y repetir que no los tienes solo hacen que tu espíritu se vuelva diminuto. ¿Hasta dónde estaría una persona dispuesta a llegar para demostrar que carece de miedo? todo por intentar sacar a la luz su supuesta valentía. 

  Valiente no es aquel que no dispone de miedo, sino el que lo transporta consigo, el que lo conoce y, a pesar de todo, da un paso al frente. Pero lleva armadura tallada por el miedo a que le dañen el cuerpo. Mantiene un cauteloso paso controlado por el miedo a caer una trampa. Lucha concienciado de que el mínimo fallo puede acabar con todo. Valor y miedo no son contrarios.

  Acaso el trapecista que anda en la cuerda ¿no llevaría más cuidado en su paso si no hubiese una red bajo sus pies? Solo consiste en controlar el miedo y concentrarte, poner el empeño necesario a cada acción en tu vida y respirar hondo. Que el miedo no encoja tu espíritu, que ocupe una pequeña parte de él. Que el valiente tiene miedo, tiene algo por lo que luchar, tiene algo que perder, por eso aprecia mucho más que nadie aquello que tiene por ganar. Cuando arriesgas o sacrificas algo preciado aprendes a respetar el riesgo, sabes lo que representa.

                                 

  Mira al miedo a la cara, llámalo por su nombre y deja que te acompañe. Pero nunca le permitas ser tu guía.